A veces me sorprende ver lo fácil que resulta verse atosigado por el ajetreo del día a día. Como un pequeño pececillo en medio de la corriente de un río, nuestras tareas y obligaciones nos van llenando los días con la sensación de ir corriendo de un lado para el otro.
Y con este ajetreo, frecuentemente nos conformamos con ir sacando tareas, ir completando cosas e ir tachando ítems en listas.
Pero muchas veces con ese corre-corre vamos perdiendo de vista lo que debería ser un hilo conductor de todo lo que hacemos. Necesitamos una pequeña brújula que nos marque el Norte, la dirección a la que deberíamos estar siempre orientados.
Y cada cierto tiempo resulta imprescindible pararnos un segundo para reflexionar hacia dónde querríamos ir (principios, objetivos, valores), compararlo con hacia dónde estamos yendo y plantearnos si necesitamos corregir un poco el rumbo. Por muy liados que estemos, esta labor de reflexión no deberíamos ignorarla. O de lo contrario, podrías darte cuenta de estar esforzándote mucho para obtener algo que realmente ni te define, ni te da los resultados que realmente quieres.
Y esa es la principal diferencia para mí entre estrategia y táctica.
Como comentaba Stephen Covey, «resulta increíblemente fácil caer en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida, trabajar cada vez más para trepar por la escalera del éxito, y descubrir finalmente que está apoyada en la pared equivocada. Es posible estar atareado —muy atareado— sin ser muy efectivo«.
Esto podemos aplicarlo a nivel de corporaciones enteras, a nivel de departamentos, a nivel de equipos de trabajo o, especialmente, a nivel personal.
No olvides detenerte un segundo a pensar, en mitad de tu frenética carrera, si estás corriendo en la dirección deseada.
Como dice Alfonso Alcántara (@Yoriento), «Trabaja en lo que puedas pero no dejes de buscar lo que quieres, aunque sea un minuto al día«.
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