Conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza.
Tras algunos años de experiencia laboral, me he dado cuenta de que un elemento común, entre aquellos que suelen destacar en su ámbito, es su capacidad de aportar valor. Más allá de limitarse a proporcionar un rendimiento aceptable (a través de dedicar una cantidad muy vigilada de horas), los trabajadores que más destacan son aquellos que suministran mejores resultados.
Esta última frase puede resultar muy obvia… pero entonces sorprende cómo algunas personas esperan recibir más, a base de seguir proporcionando lo mismo.
Te invito a reflexionar: ¿Qué aportas en tu trabajo?
En una reciente conferencia sobre coaching a la que pude asistir, el ponente compartió con el auditorio una reflexión curiosa: “¿Cómo sueles ir a trabajar: llevas todo el cuerpo, o sólo vas de hombros para abajo?” (en alusión a los que van a trabajar de forma mecánica).
Nuestro progreso suele ir de la mano de nuestro desarrollo de la capacidad para suministrar más valor en las tareas que se nos encomienda. Parece razonable que a medida que proporcionemos mejores resultados, se nos requiera en tareas más complejas o de mayor envergadura. Esto a veces se consigue trabajando más horas, pero resulta más inteligente conseguirlo a base de trabajar mejor.
Un entrenador deportivo marca las pautas, establece los ritmos y define la dirección. Pero un jugador con talento no únicamente recibe las instrucciones: las razona, busca entender los motivos, comprende las reglas del razonamiento que siguió el entrenador, busca los pros y los contras y, si los encuentra, propone mejoras o nuevas ideas. Una diferencia importante de un jugador implicado con respecto a uno que no lo está radica en que, tras el asentimiento inicial, el primero vuelve al trabajo rumiando intensamente lo que acaba de recibir. A veces hasta parece que puedes oir el engranaje mental que producen sus reflexiones.
A nivel de grupos o equipos, un signo de la calidad del liderazgo es el nivel de participación intelectual que aplican sus miembros a las tareas. Si el liderazgo es de calidad, los miembros del grupo realizan aportaciones con frecuencia. Si el liderazgo es débil o ineficaz, las aportaciones se realizan sin armonía y sin criterio. Si el liderazgo es tiránico, las únicas aportaciones visibles serán las que estén en consonancia con las del líder, independientemente de si son acertadas o no. Dicho de otro modo, la calidad del liderazgo en un equipo influye proporcionalmente en la capacidad de aportación de sus miembros.
Y es que, en la sociedad que vivimos, el valor más importante para muchos trabajos está resultando ser la materia gris. Por supuesto, siguen habiendo trabajos en los que no hay margen para la creatividad o el razonamiento (por ejemplo, labores muy concretas y rutinarias en una cadena de montaje), pero cada vez son menos habituales.
Muchas personas justifican su baja implicación laboral alegando que su trabajo es de esas características. Por ejemplo, es en esta idea donde notas la diferencia entre un camarero que no piensa a un camarero que sí lo hace: sabe identificar si tienes prisa o no, se preocupa por cómo va tu pedido, procura no olvidar nada, te sugiere qué cosas puedes pedir o qué cosas mejor no (por mucho que aparezcan en la carta). Recientemente en un restaurante me dijeron “sí, está en la carta, pero mejor piense en otra cosa… es que mi objetivo es conseguir que los clientes vuelvan, ¿me entiende?”. Evidentemente, se veía como algo mucho más relevante que una mera bandeja andante. Y el mismo principio puede aplicarse a muchísimos puestos de trabajo: contables, administrativos, dependientes, consultores,…
Otro ámbito donde se valora mucho la capacidad de razonamiento es en la atención sanitaria en emergencias extrahospitalarias, donde curiosamente muchos de los pasos están bien establecidos en procedimientos y protocolos, basados en estudios científicos, conclusiones empíricas y en buenas prácticas reconocidas internacionalmente. Pero a pesar de disponer de tantos procedimientos, sigue siendo fundamental la capacidad de razonamiento. Y ello se debe a que la búsqueda de soluciones creativas y de alternativas, la identificación rápida de prioridades, la calidad humana en la asistencia, la toma de decisiones acertadas en entornos donde reina la incertidumbre y escasea el tiempo,… sólo pueden darse en personas experimentadas, con talento y sobre todo, que piensan.
Lo cierto es que, si te fijas un poco, te sorprenderá la cantidad de trabajadores que van con el cerebro en off.
¿Y tú? ¿Cuál es la diferencia en tu labor entre “simplemente ir y cumplir con el mínimo requerido” a “razonar y pensar activamente en mejorar cómo hago las cosas”? ¿Sientes que aportas con lo que piensas, en lugar de simplemente proporcionar dos manos?
¿Se permite esto en tu puesto de trabajo? Si es así, ¿valoras esa oportunidad y le sacas partido? Si no es así, ¿hasta cuándo tienes pensado continuar dedicando 8 horas diarias, o más, a tener la mente ‘fuera de cobertura‘?