Este post forma parte de una serie de 3 posts sobre liderazgo.
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Una de las preguntas más habituales de quienes desean aprender liderazgo es «¿cómo consigo que los demás me hagan caso?». Aunque rara vez lo expresemos abiertamente, en el fondo lo que hacemos es enfocar el liderazgo desde el «yo gobierno y el resto obedece». Deseamos tener el control, tal vez no de los demás, pero sí de las situaciones en las que nos relacionamos con ellos.
Sin embargo, un aspecto que puede facilitar un buen liderazgo es cambiar el enfoque, abandonar los deseos de poder y tratar de mantener una buena relación con los demás. A largo plazo, resulta más práctico no ser un tirano y convertirnos en una persona firme pero afable (o al menos en una persona con la que no resulte desagradable coexistir en la misma habitación).
Un líder tiránico y poco empático suele conseguir resultados a corto plazo, pero sufre dificultades para retener el talento a su lado, deberá ser capaz de soportar un ambiente laboral pésimo (provocado por él o ella misma) y sobre todo, ser capaz de mantener siempre la guardia alta y la cuerda tensa, ya que de lo contrario su equipo dejaría de implicarse. Un líder así consigue resultados a través de la presión y el miedo. Un ejemplo muy ilustrativo está en la película «El Diablo viste de Prada».
Saber cómo cuidar las relaciones con los demás de manera que podamos prevenir conflictos con nuestro equipo, estableciendo un saldo emocional positivo, tal y como lo define Stephen Covey en «Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas«.
Para tratar de favorecer una buena relación con los demás, recomiendo la lectura de «Cómo ganar amigos e influir sobre las personas«, de Dale Carnegie.
La comunicación es una pieza fundamental del liderazgo, frecuentemente ignorada. Es imprescindible entender que gran parte de un buen liderazgo se basa en una comunicación efectiva, tanto hablada como escrita. Los grandes líderes de la historia (como Mahatma Gandhi, por citar un ejemplo ilustrativo) han sido fundamentalmente grandes comunicadores.
Es frecuente que la mayoría de los líderes sean personas extrovertidas, debido a que su carácter abierto facilita una comunicación más fluida. Por supuesto, ser extrovertido no es un requisito indispensable para ser un buen comunicador (o incluso un buen líder), pero es fácil observar que se trata de un factor que ayuda.
Pero no se trata únicamente de dominar la oratoria, saber vocabulario o conocer la gramática… Se trata de saber decir lo preciso, en el momento adecuado, en el canal apropiado y en el lugar conveniente. Se trata de ser un «maestro de la comunicación humana«, de saber transmitir lo que se desea sin errores y de forma inequívoca, de saber recibir y percibir lo que otros desean transmitir. Se trata de saber cuidar las relaciones con los demás desde el aspecto más básico que es la comunicación con ellos.
Si deseamos progresar en el camino del liderazgo, es importante saber escribir correctamente y hablar con eficacia. Un ejemplo personal de esto último fue un curso al que asistí de Ángel Lafuente, a quien tuve la suerte de conocer previamente en una de las celebraciones del TEDxCanarias:
Un caso claro de la importancia de la comunicación en el liderazgo es transmitir feedback a un miembro del equipo. En esas ocasiones, el tono, el momento y quiénes están presentes suelen ser tan o más importantes que el propio mensaje… y es precisamente estas ocasiones las que suelen generar los principales conflictos personales entre líder y las otras personas.
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