Recientemente hablaba durante un almuerzo de trabajo con un cliente, director de un departamento, acerca de los enormes cambios que ha provocado la tecnología en los últimos años en la manera de trabajar. Y ambos coincidíamos en que el ritmo de estos cambios va cada vez más rápido, pero la mentalidad general en los trabajadores no parece adaptarse como debería.
Cada día observo como determinados puestos de trabajo reducen el porcentaje de tareas mecánicas que lo componen. Cada vez hay menos tareas rudimentarias y repetitivas (salvo honradas excepciones), y esto se acentúa cuanto mayor es el volumen de la organización. En una micropyme las tareas mecánicas aún son abundantes, pero en las grandes corporaciones el nivel de automatización ya es considerable.
A medida que la tecnología se abarata, se estandariza y se extiende, las empresas comienzan a requerir un uso cada vez más inteligente de las horas disponibles de sus trabajadores. Empieza a ser un factor de competitividad demasiado importante como para ignorarlo.
Pero la mentalidad de muchos empleados parece estar estancada. Cada día recibo como consultor peticiones de personas que desean que la máquina automatice más y más las tareas que componen sus funciones. Esto de por sí no es malo, pero me resulta terriblemente frecuente que el motivo sea simplemente «tener un trabajo más cómodo», y pocas veces veo un deseo sincero de tratar de aportar más valor a las horas que se pasan en la oficina. Y sin darnos cuenta, tensamos la cuerda en dos direcciones contrapuestas: se prepara la máquina para que cada vez haga más tareas, y se acomoda el trabajador en cada vez esforzarse menos. Y el resultado de esto puede ser desastroso.
Automatizar un elaborado informe financiero para que un contable pueda consultar su contenido con un solo clic en lugar de que tenga cada mes que emplear dos días de trabajo recabando y cruzando datos, es algo que siempre debe recibirse de forma positiva. Pero normalmente me cuesta que ese empleado vea esto como una oportunidad para que desempeñe una mejor labor, más intelectual y más interesante. Ahora, gracias a que tiene ese informe, podría destinar ese mismo tiempo a reflexionar técnicamente sobre cómo mejorar la situación de la empresa, o a detectar qué gastos hay ocultos que podrían eliminarse para ser más competitivos. O incluso aumentar la frecuencia de ese análisis financiero de mensual a semanal, de manera que se adapte con más rapidez a las circunstancias, haciendo que su empresa sea más ágil y flexible.
Pero lo cierto es que no es así. Gracias a este informe dispone de mucha mayor comodidad en su puesto de trabajo, y ya. Y si le cuentas que gracias a que el informe puede verse en un dispositivo móvil como un tablet o un smartphone, ahora puede realizar parte de ese trabajo en el sofá de su casa obteniendo así una mejor conciliación laboral y familiar, parece que estás hablándole de la relevancia del estilo gótico en la construcción de iglesias del norte de Europa. Una cara de poker que trata de ocultar que no tienen ni idea de qué quieres transmitir o que simplemente no les interesa lo más mínimo.
Buena parte de este complejo problema es cultural, y hace referencia a cómo enfocamos el trabajo. Muchos trabajadores se formaron en su día con un ciclo de formación profesional o una carrera universitaria, con el objeto de tener una serie de competencias que creían que serían inmutables y perennes, siempre válidas, y que servirían como puerta de entrada a un trabajo estable para toda la vida. Un modelo de trabajo típico de operarios de fábrica de un siglo que no es el nuestro.
También es cierto que las empresas, como entidades, tampoco favorecen un cambio de mentalidad cuando prefieren antes el presencismo que la gestión por objetivos, cuando no incentivan la formación y cuando promueven una organización jerárquica donde predomina la antigüedad en la empresa.
El problema es que este modelo de trabajo es caduco. Ya no funciona. Y mientras muchas empresas españolas parecen no darse cuenta, otras que también están en el terreno de juego están haciendo sus deberes.
Ser capaces de mantenernos al día, tener iniciativa para adquirir nuestra propia formación, intentar basar nuestra labor en objetivos en lugar de centrarnos en los procedimientos y tener una mentalidad centrada en resultados es lo que nos puede ayudar a darle un mayor factor intelectual en nuestro trabajo. Hay que alejarse de las tareas mecánicas todo lo posible, pero aprovechando esas oportunidades para aportar más valor en el trabajo. Ya no se trata únicamente de una cuestión de excelencia profesional, sino de sostenibilidad. Si tu labor puede ser realizado tarde o temprano por una máquina, ¿seguirá siendo necesario tu puesto en un futuro?
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