Según la R.A.E., el término problema puede significar varias cosas:
- m. Cuestión que se trata de aclarar.
- m. Proposición o dificultad de solución dudosa.
- m. Conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin.
- m. Disgusto, preocupación. U. m. en pl. Mi hijo solo da problemas.
- m. Planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos.
A pesar de tener varias acepciones, es curioso como, para la mayoría de las personas, la principal (y casi la única válida) es la número 4.
Cuando alguien te comienza una conversación con «tengo un problema…», no puedes evitar pensar en lo peor.
Si tu jefe entra por tu despacho y te dice «tenemos un problema», directamente piensas que se ha equivocado a la hora de conjugar el verbo, y ha aplicado erróneamente la primera persona del plural (nosotros) en lugar de la segunda del singular (tú).
Todas las mañanas subes al coche, y nada más arrancar el coche, te diriges al trabajo pensando en «ojalá hoy no tenga ningún problema».
Lo primero que piensas al cogerte vacaciones es «por fin… unos días sin estrés, sin problemas,…».
Y es curioso, sin embargo, que haya personas cuyo trabajo, día a día, se fundamente en resolver problemas. Quiero decir, hay personas a la que se les paga para que solvente los problemas. Su función, de forma resumida, es solucionar.
Salvando (y mucho) las distancias existentes entre el mundo cinematográfico del real, hay un personaje de Pulp Fiction que siempre me llamó especialmente la atención. Al margen de las extravagancias características de Quentin Tarantino, me resultó llamativa la forma de actuar lógica y expeditiva del Sr. Lobo.
¿Cómo pueden esas personas terminar cada semana de su trabajo, sin llegar al paroxismo? Sin duda, por un conjunto de factores, y entre el que destaca seguramente el enfoque mental ante los problemas.
Con mucha frecuencia, la aparición de un problema y la necesidad de gestionarlo disminuye el rendimiento. Socaba la moral y la capacidad de trabajo de todo un equipo. Destruye cualquier planificación realizada y, ante la aparición sucesiva de otros problemas, barre el deseo de rehacerla. Alarga los cronogramas, descoloca prioridades, desubica al personal y, sobre todo, distorsiona el ambiente de trabajo.
Con mucha frecuencia, un cúmulo de problemas es un desastre.
Pero, tal vez (y sólo tal vez), se pueda desarrollar habilidades para mejorar la gestión de los problemas, disminuir su impacto en las organizaciones y al mismo tiempo, que no afecte al rendimiento personal/laboral de quien los tiene que gestionar.